jueves, 8 de octubre de 2015

Me voy a bajar.

Estoy jodida.

A veces le pido al mundo parar, porque al menos una vez al mes me tengo que bajar.
Despierto por las mañanas con el aliento sobrecargado, despierto con los ánimos desechos, como si hubiese tenido un banquete lleno de depresión, los ojos se me hunden y las mejillas lucen sin relleno, pálidas como hojas de papel. Me paro y voy hacia el cuarto de baño y miro mi cara sin detenerme, la miro y me causa más depresión. ¿Cómo es que yo puedo sentirme así?.

Me duele la piel como si tuviese quemaduras de cigarro sobre ella, me arde, pica, me duele. Y no encuentro la razón de mi desdicha, no encuentro el camino para salir de este cuarto de baño en el cual llevo 5 minutos encerrada y ya parece una eternidad pues lavo y lavo mi cara y este gesto no se va, nunca se va, esto está por demás. Me canse de no quitarme el gesto de agonía y me dispongo a salir de aquí.

¿Y a donde voy? Pues de vuelta a la cama pero antes cierro las cortinas, dejo en mute el televisor y me adentro en las sabanas de la gloria, en las sabanas fúnebres que contienen la agonía de un ser moribundo. Ya dentro solo respiro profundamente y la cara se me descompone más, las manos se transforman en puños sólidos que pueden hacerme daño y mi cuerpo se pone frío como el hielo.

A pesar de que las sabanas abrigan mi cuerpo, el invierno es la fiesta en mí, nada me calienta y los pensamientos solo atraviesan mi cerebro, los recuerdos se encargan de rasgar mis pupilas al compas de una maldita canción. ¿Que estoy haciendo? No comprendo cuantas veces me haré esas preguntas pues las veces que las conteste han sido nulas, totalmente inexistentes. Un suspiro débil es lanzado en mi habitación, me sigo sintiendo en la nada.

Entonces tomo un cigarro y lo enciendo, puedo ver una luz en mi habitación y probablemente la única que encontrare hoy. Hay tantas cosas que a veces uno quiere vomitar que se termina ahogando en su propio vomito, hay tantos cigarros que debería fumar pero mis pulmones no podrían mas y probablemente colapsarían. Pero me doy cuenta que a veces me abruma todo y lo único que quiero es fumar, olvidar, matarme.

Mientras fumo me escucho todo el disco de RADIOHEAD como para darle más ambiente a mi cuarto, como para darle ese toque de ceniza, como para seguir el camino de la pena sin la gloria. Luzco como un día lluvioso pero sin café, sin chica linda chapoteando sobre mis charcos, sin enamorados besándose. Un día lluvioso con el que nadie quiere lidiar porque mis gotas empapan, ahorcan y duelen.

Se termina el cigarro, se convierte en ceniza una vida. Me seco y enfundo mi cuerpo en la cama, me toco la cara y todo sigue igual. No voy a estar contenta hoy porque al que escribe no se le otorga la felicidad, ni venimos con un manual, sobrevivimos a punta de patadas y lagrimones que caen a la alfombra y si este traspasa al piso entonces tienes una obra de arte dolorosa. Todos gozaran de esta, mientras desangras tus dedos y tu corazón.

Ese es el precio que pagas por querer ser escritor, ese es el precio que pagas cuando te descompones cada mañana y no encuentras el botón de reinicio. Ahora entiendo lo que estoy pagando cuando despierto al borde de la cama, algo dolida y agitada. Está es mi cara desecha y en llamas, está es mi historia redactada en solo líneas.




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